Elhadji Ndiaye gogoan

Atala: Últimas Coberturas

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La muerte de Elhadji Ndiaye permanece grabada en nuestra memoria colectiva como uno de los recordatorios más dolorosos de las consecuencias del racismo institucional. Cada 25 de octubre, al conmemorar su muerte violenta bajo custodia policial, revivimos no solo el horror de aquel día, sino también el silencio cómplice, la opacidad del proceso y la ausencia de verdad, justicia y reparación. Su muerte no fue un hecho aislado, sino parte de una larga cadena de violencias ejercidas por el Estado contra cuerpos racializados, tanto dentro como fuera de unas fronteras que no dejan de multiplicarse.

Hace ya nueve años salimos a las calles para exigir respuestas que nunca llegaron:
¿Por qué le pararon? ¿Por qué no le trasladaron a un hospital? ¿Por qué murió en el suelo de una comisaría menos de una hora después de ser detenido? ¿Cómo fue posible que se intentara legitimar tal nivel de violencia a plena luz del día y en una calle transitada?

Aquellas imágenes nos fueron tan propias porque forman parte de un relato común que sigue vivo. Cada vez que se denuncia una parada policial racista, una identificación arbitraria o una detención violenta, emerge el mismo patrón de discriminación que sostiene la violencia estructural. Esa violencia no es un error del sistema, es el sistema mismo: una maquinaria de control, vigilancia, criminalización y castigo sobre las vidas de quienes no son consideradas sujetos plenos de derechos. Un engranaje que decide qué vidas son protegidas y cuáles pueden ser descartadas.

Durante estos nueve años, el panorama apenas ha cambiado. La violencia policial racista sigue operando, pero con una nueva y preocupante forma: la de su normalización. Las identificaciones por perfil étnico, las redadas selectivas y las intervenciones desproporcionadas contra personas migradas y racializadas se han instalado en nuestras calles como prácticas cotidianas, legitimadas por discursos que niegan el racismo mientras lo perpetúan. Nos quieren hacer creer que no pasa nada, que exageramos, que debemos acostumbrarnos.

Frente a este intento de naturalizar la violencia, nos organizamos. No vamos a acostumbrarnos a ser controladas, vigilados, perseguidas o castigados por existir. Sabemos que el racismo institucional no se combate solo con denuncias, sino también con organización, con conciencia y con acción colectiva.

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