Samos la Isla que vio nacer a Pitagoras, y donde Europa sigue haciendo el Cateto.

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“Si sufres injusticias consuélate, porque la verdadera desgracia es cometerlas”

Pitágoras de Samos

Las noticias que nos venían llegando desde las islas del Egeo a través de compañeras que llevan años allí, así como el apagón informativo sobre la situación en las mismas en los últimos años, nos empujaron a viajar a la isla de Samos el pasado mes de Enero. Hasta hoy no habían visto la luz, ni los testimonios, ni las imágenes que tomamos allí.
Pero estamos viendo que una vez más, la UE abandona a su suerte a los campos de personas solicitantes de asilo de Grecia, durante la pandemia del Covid-19. Y creemos que es necesario contar lo que vimos allí.

Si el confinamiento en nuestras viviendas del primer mundo nos pesa, cerremos los ojos los ojos e imaginemos… Encerradas junto a otras cinco personas en una precaria tienda de tres metros cuadrados, rodeado de basura maloliente que hace meses que nadie recoge, compartiendo el mismo de grifo de agua, el baño y sin luz.

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Texto: Santi y Dabid, Brigadistas de Zabaldi – Elkartasunaren Etxea

Al llegar a Samos nos sorprendió una frase: “Queremos que nos devuelvan nuestras vidas”. Por un lado, la escuchamos a las personas migrantes que quieren salir de las islas pero que se encuentran bloqueadas en los campos de concentración en los que Europa ha convertido a las islas del Egeo. Y, por otro lado, la escuchamos a parte de la población de las islas que quiere a toda costa la salida de estas personas migrantes. Pero, aunque acaban coincidiendo en esta misma demanda, existe una gran diferencia entre unas y otras. Cada vez más personas en las islas caen en la trampa perversa de señalar a las personas migrantes como las culpables de la situación que la UE les ha impuesto, convertirse en los muros de agua y en las cárceles a cielo abierto de la Europa Fortaleza.
Samos se nos presentó como una isla de contrastes y contradicciones. Frente a una situación de calma y de convivencia aparente, a los pocos días de conocer la isla y de hablar con diferentes personas, esa calma se convertía en una coexistencia tensa, incluso en hostilidad. Unas semanas en la isla de Samos te hacen entender que la isla se ha convertido en una “olla a presión” que en cualquier momento puede estallar. Sin embargo, las reacciones que percibimos en la isla no nos resultaron extrañas. Es más, conociendo las reacciones que se dan en Iruñea y en otros lugares de Europa ante realidades mucho menos tensas que la que se vive en esta isla, coincidimos en que probablemente en “nuestra casa” la situación hubiera estallado mucho antes.
Durante las semanas que pasamos en la isla, varios isleños e isleñas, hartos de la situación en la que la UE les está obligando a vivir, pero también hartas de la utilización que la extrema derecha está haciendo de todas ellas, nos advierten de que la situación en la isla está llegando a un punto insostenible. Nos cuentan que el miedo está calando en la isla. En toda la sociedad. Hay conflictos, está claro, es inevitable con la situación de la isla. Pero esa situación la aprovecha la extrema derecha para difundir miedo, recelo y criminalización a través de su discurso xenófobo y racista. Al hablar con estas personas percibes directamente las contradicciones que se viven en una situación como esta. Nos plantean que, por un lado, entienden esas reacciones. “¿Te imaginas que en tu pueblo os encontráis con esta situación? ¿Cómo reaccionaría la gente? Y no es solo el campo con los refugiados y los conflictos que se pueden crear en el día a día. Es que ha venido a vivir mucha gente a la isla que nunca estuvo por aquí. Militares de varios países, policías antidisturbios, servicios de inteligencia. Todo eso altera totalmente la vida de la isla”. Pero por otro lado entiendo a los refugiados. ¿Te imaginas acabar encerrado en un lugar en el que no quieres estar y con esas condiciones?”.
En la ciudad de Samos la mirada se nos va al “campo de refugiados”. Una prolongación del pueblo que se percibe como una mancha blanca en la colina que limita la capital de la isla. El campo de refugiados de Samos está dividido en dos: el interior del campo, con capacidad para 650 personas que viven en grandes barracones prefabricados rodeado por vallas y concertinas. Y “La Jungla”, formada por tiendas de campaña y casetas de madera y plástico situadas en el pinar que rodea el campo oficial y en la que viven unas 7500 personas, las mismas que la población habitual del pueblo de Samos. Al entrar en el campo nos sorprenden las condiciones del mismo, cómo es posible sobrevivir durante años en un entorno como ese. Pero impactan aún más las palabras y las historias de vida de las personas que viven en él.
A partir de aquí, conforme vas conociendo el campo y las historias que te cuentan las personas que viven en él, cada paso y cada palabra es una bofetada de cruda realidad. ¿Te imaginas salir de tu casa buscando una vida mejor, llegar a la tierra de “derechos” que se supone que es la UE y encontrarte encerrado en este campo de concentración? Las primeras palabras siempre eran de incredulidad y frustración. Como las de un joven médico afgano con el que pudimos hablar durante un buen rato en la zona afgana de “la jungla”.
“¿Cómo es posible que exista un lugar como este? ¡Nos tratan como animales! ¿Por qué? ¿Esto es Europa?... ¡Por favor contad esto!
¿Por qué nos tienen aquí encerrados? ¡Si no nos pueden recibir en esta isla, que nos dejen salir hacia otros sitios, pero que nos dejen aquí encerrados! Yo era médico en Afganistan pero tuve que huir de ahí por la violencia y la inseguridad. ¡Y ahora estoy aquí encerrado! Además, tampoco me reconocen como médico. No vale para nada todo lo que he estudiado y lo que he trabajado durante toda mi vida. ¡No puedo entenderlo! ¡Llevo 6 meses aquí encerrado y mi próxima entrevista es dentro de más de un año! ¿Qué voy a hacer todo ese tiempo aquí encerrado? ¡Voy a malgastar más de 2 años de mi vida! ¿Por qué? ¿Haciendo qué?”
Pero el problema no es solo el estar bloqueada en esta carcel a cielo abierto, sino las condiciones de vida de este lugar. ¿Te imaginas vivir en chabolas de plástico y madera y tiendas de campaña junto a 7500 personas en una ladera de un pinar, con unas pocas letrinas, unas pocas duchas y con un litro de agua al día? Otro joven de Niger nos lo dejó bien claro. “¿Qué cómo estamos? ¡Mal, muy mal! ¿No lo ves? ¿Esto es Europa? ¿Por qué nos tratan así?” “Hace frío, no podemos dormir, la comida es poca y mala. Si queremos comer la comida del campo tenemos que hacer entre 4 y 6 horas de cola. Y aun así puedes quedarte sin comida. Tenemos que hacer cola para todo, hasta para ir al baño”. “Mira como está todo, está llenos de ratas. ¿Qué más quieres que te diga? Mira como está todo, ya lo ves.”
Muchas de las personas con las que pudimos hablar en esos días nos insistían, en estas condiciones de vida, lo extraño es no estar enfermo. Pero, ¿Te imaginas enfermar en estas condiciones y que solo haya un médico para las miles personas que viven en el campo? Un chico de Gambia que nos recibió en su tienda junto a sus compañeros Fula de Gambia, Senegal y Guinea Konakri nos lo explicó desde su experiencia personal.
“En el fondo aquí todos estamos enfermos. De la cabeza, del corazón, de nuestro cuerpo. Viviendo en estas condiciones, ¿Cómo no vamos a estar enfermos?”. En su tienda nos muestra un certificado médico que muestra su diagnóstico de esquizofrenia y la necesidad de recibir tratamiento constante. Sin embargo, nos cuenta que lleva 3 meses aquí y aún no le ha recibido el médico.
En nuestros últimos días en la isla, un chico Afgano de 15 años se ofreció para hacernos de traductor con la comunidad Afgana. Gracias a él pudimos conocer otras muchas realidades a las que se enfrentan en el campo tanto menores como mujeres y familias completas. A través de su historia comprobamos de nuevo como a los menores no acompañados no se les reconocen sus derechos como menores. El estado griego no les garantiza vivir en condiciones de seguridad, ni el acceso a la salud o la educación.
A pesar de ser menor de edad, vive en “La Jungla” con otro compañero afgano y su hija de 3 años. Nos dice que, sin duda, prefiere vivir aquí, en “su casa”, antes que dormir en el campo oficial en 3-4 contenedores unidos llenos de pulgas en los que duermen unas 300-400 personas incluso compartiendo cama.
Nada más llegar al campo nos invita a pasar un rato en la caseta de plástico y madera que ahora es su casa. Nos cuenta que llegó hace 1 año cruzando en barca desde Turquía, y que sigue vivo gracias a que tras 7 horas y media a la deriva, finalmente les rescató una patrullera griega. Vino huyendo de la violencia extrema en Afganistán y su ilusión, además de ser futbolista, es poder llegar a Suecia con su hermano y poder seguir estudiando.
Hablando con él, a lo largo del día nos explica que no puede ir a la escuela pública griega. Sin embargo, se le abre una sonrisa al contarnos que tiene la suerte de ser una de las 150 personas que puede estudiar Inglés y Secundaria en la ONG griega Still I Rise. Pero la sonrisa se le cierra inmediatamente cuando piensa en su futuro próximo. Ya tuvo la entrevista inicial de registro, pero le dieron cita para la primera entrevista de asilo en 2021 “¿Qué voy a hacer más de 1 año encerrado aquí?”.
A pesar de que él prefiere vivir en la Jungla, y de la sensación de tranquilidad que nos transmite este lugar durante el día, nos cuenta que por la noche la cosa cambia totalmente. Una vez cae la noche no sale de su tienda ni para ir al baño. La tranquilidad del día da paso a atracos y violaciones por la noche. Gracias a una trabajadora de MSF podemos conocer un poco más sobre estas situaciones. Al igual que sucede en otros campos como el de Moria en Lesbos, nos insiste en la inseguridad del campo una vez cae el sol. Sobre todo, en los problemas que tienen mujeres y jóvenes para ir a los baños. El riesgo real de sufrir una violación hace que tengan que aguantar en sus tiendas, incluso llevando pañales por la noche, antes que arriesgarse a ir al baño. Esta trabajadora también nos habla de la realidad de la prostitución en la jungla, tanto “ocasional”, como “constante” en forma de pago a cambio de una supuesta “seguridad” y “protección” en tiendas compartidas por un hombre y una mujer.
Pero ante toda esta realidad, al hablar y convivir con todas estas personas, no solo nos impactan las realidades que viven día a día, sino sobre todo su capacidad de sobrevivir, de organizarse y de tener una vida digna en esas condiciones materiales y de incertidumbre. Su capacidad de hacer humano lo inhumano. Sin embargo, en cada conversación vemos como, desde la vuelta al poder de Nueva Democracia, la situación viene empeorando en el último año, y especialmente desde principios de 2020.
Por un lado, se ha aprobado una nueva ley de asilo que pretende endurecer y acelerar los procesos de solicitud de asilo, así las devoluciones a Turquía y a los países de origen. Con estas medidas, el gobierno griego ha prometido deportar a 10.000 personas para finales de 2020. Un ejemplo concreto de este endurecimiento es la nueva entrevista de registro que toda persona debería realizar al llegar al campo. Hasta el momento esta entrevista únicamente recogía información básica de cada persona. Sin embargo, desde el 1 de Enero de 2020 incluye una nueva pregunta para indagar sobre los motivos de la migración y denegar directamente a algunas personas el acceso al proceso de asilo. Pero además, las personas que consigan acceder al proceso de asilo (para el que se están dando citas para dentro de más de 1 año), si una vez que realizan la primera entrevista de asilo son consideradas como no asilables, verán como la reclamación de esta decisión será prácticamente imposible, por los requisitos legales exigidos por la nueva ley que prácticamente nadie podrá cumplir por los recursos y las condiciones de vida en los campos.
Por otro lado, durante el último año se ha retirado el derecho a las personas migrantes a recibir el AMKA (número de Seguridad Social griego), limitando y endurecido el acceso al sistema de salud, al sistema educativo y al derecho al trabajo. Y además, desde principios de 2020 se viene endureciendo y dificultando el reconocimiento de las situaciones de vulnerabilidad, que es la única vía que tienen las personas bloqueadas en Samos de mejorar sus condiciones de vida y poder llegar al continente.
Todas estas medidas están provocando que las condiciones de vida de las personas que viven en este campo de concentración se vuelvan más duras cada día.
Diferentes personas que trabajan en el campo de Vathy nos mostraron sus temores de que el nuevo proceso de asilo facilitará deportaciones masivas e inmediatas. Además, nos alertaron de las situaciones que se vienen dando en los últimos meses y que vulneran el acceso al proceso de asilo de importantes grupos de personas. Por ejemplo, denunciaban que se está generalizando la práctica de no registrar a menores de 16 y 17 años como forma de no asumir la tutela de los mismos y facilitar su deportación una vez cumplan los 18 años.
Por otro lado, profesionales del sistema educativo en la isla, menores no acompañados y familias con menores nos planteaban como el acceso al sistema educativo griego es prácticamente inexistente. A día de hoy viven en el campo unas 1500 niñas y niños entre 4 y 15 años, así como otros 400 menores entre 16 y 18 años que tampoco se encuentran escolarizados a pesar de que legalmente son responsabilidad del estado griego. Para todas estas niñas, niños y jóvenes, la única opción de escolarización son dos ONGs griegas, “Praxis” (primaria) y “Still I Rise” (secundaria) que cuentan con unas 150 plazas cada una.
Además, el endurecimiento del reconocimiento de situaciones de vulnerabilidad y la limitación del acceso al sistema sanitario está provocando graves consecuencias sobre algunas de las personas más vulnerables dentro del campo de Vathy. A día de hoy, las personas migrantes solo tienen acceso al servicio de salud griego en casos de urgencias, pero no para tratamientos especializados o para prescripción de medicamentos.
Durante estos días, conseguimos hablar con mujeres y hombres con enfermedades crónicas sin acceso a atención médica ni a medicamentos, más allá de los proporcionados por una ONG Francesa y MSF. También con madres con hijos e hijas enfermas, con mujeres con problemas en el embarazo sin atención médica, con mujeres que acababan de dar a luz, y a las que a todas habían practicado la cesarea,  y habían sido devueltas a su tienda en “la jungla” con un bebe de 7 días. Un padre Afgano, a pesar de los problemas de sarna de su hijo de 3 meses, no deja de repetirnos, refiriéndose al bebe y a la madre devueltas a la jungla a los 7 días de dar a luz: “Contad lo que está pasando aquí, por favor”.
Este último ejemplo es una clara muestra de las consecuencias de la nueva política del gobierno de Nueva Democracia. Hasta 2019 estas familias eran alojadas en apartamentos. Desde el inicio de 2020 están siendo devueltas a la jungla a los pocos días de dar a luz.
Por último, en el día a día se percibe una hostilidad cada vez mayor no solo hacia las personas migrantes, sino también hacia ONGs, activistas y personas voluntarias presentes en la isla. Esta hostilidad se traduce en la imposibilidad de alquilar pisos para estas personas, en amenazas y denuncias a vecinas y vecinos que alquilan locales a estas personas, e incluso en incendios de locales, amenazas e intentos de agresiones a trabajadoras, activistas y voluntarias.
Y ante esta realidad, desde el gobierno griego y la UE no se plantea ninguna solución centrada en mejorar las condiciones de vida en las islas ni en permitir a las personas en tránsito llegar al continente. Todo lo contrario. La nueva ley de asilo del gobierno griego se completa con la creación de campos de concentración cerrados en lugares aislados de las islas. Resulta paradógico que en las mismas fechas en las que se conmemoraban los 75 años del cierre del Campo de concentración de Auswich, pudiéramos ver cómo avanzan en la isla de Samos los trabajos de construcción de un nuevo campo de concentración cerrado en plena UE. En este campo las y los solicitantes de asilo no podrán moverse libremente, sino que serán encerradas hasta que se les otorgue el estatus de refugiadas y se reubiquen en el continente o hasta que sean rechazados y enviados de regreso a Turquía. Este tipo de campos y estas prácticas, según las leyes internacionales, son totalmente ilegales. Sin embargo, el gobierno griego lo justifica dentro de una situación de excepción y emergencia, y ante esto, todo vale.
Mientras acabamos de redactar este artículo vimos desde la distancia como ha estallado la olla a presión en las islas del Egeo. Pero lo ha hecho de la peor manera posible. Desde Samos nos cuentan que la situación en la isla no es tan complicada como en Lesbos, pero, en cualquier caso, se han incrementado los episodios de enfrentamiento, hostilidad y agresiones hacia personas migrantes, ONGs, activistas y voluntarias.
Vemos como la respuesta del gobierno griego, de la policía griega y de la UE se centra en la violencia, la represión y en la negación del derecho de asilo y de cualquier derecho humano a las personas migrantes. Vemos como grupos fascistas tanto locales como llegados desde diferentes puntos de Grecia y de todo Europa amenazan y agreden a migrantes, activistas y periodistas. Pero también somos conscientes de que a pesar de su hartazgo, muchas de las y los isleños se oponen a estas políticas y estas agresiones fascistas. Sin embargo, como pudimos comprobar durante esas semanas en Samos, el discurso del odio y la criminalización de las personas migrantes cree día a día.
¿Hasta cuándo vamos a hacer como que no va con nosotras? ¿Hasta cuándo vamos a darles la espalda?
La Unión Europea se resiste a evacuar los campos del mar Egeo, y cada día que pasa es como jugar a la ruleta rusa. Las voces de alarma llegan también desde el Parlamento Europeo. “La Covid-19 ha puesto en una situación inédita de riesgo a la población hacinada en los campos griegos, cuyas condiciones hemos denunciado en todas las lenguas. Un brote podría tener un balance escalofriante en coste de vidas.
De lo que no nos cabe ninguna duda es de que técnicamente la evacuación de la islas del Egeo, es posible. Alemania ha sido capaz de traer a casa a 170.000 de sus nacionales en unos pocos días.

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